martes, 1 de septiembre de 2009

Palmira y Carlos... Mi regalo de bodas...

A veces sólo es necesario perderte para encontrarte… o para que te encuentren… y quizás así estaban ellos el día que se encontraron… perdidos…




Y empezaron a encontrarse, o buscarse, cada día un poco más… Se buscaban cada mañana en la cocina entre las tazas del café, y se encontraban en los pasillos de su casa, una casa que los conoció como desconocidos y que fue testigo de como se encontraron sus miradas, sus besos, sus miedos, sus anhelos y sus desvelos… Se encontraban frente al televisor y se buscaban bajo las mantas del sofá…

Todo fue pasando poco a poco… a fuego lento y despacito… fueron curándose las heridas con algodones de ilusión y tejiendo con agujas de esperanzas las alas rotas por caídas pasadas… Y como diría un poeta amigo “a veces la vida tira abajo tu puerta”… y quizás eso les pasó a ellos, la vida les tiró abajo las barreras llenas de fantasmas y se encontraron el uno frente al otro…
Desde aquel encuentro ha habido momentos difíciles, nunca nadie dijo que el amor fuera fácil… pero ambos supieron ver en el otro algo más allá de la pasión de los primeros momentos. Valoraron la complicidad, el amor, el respeto, el saber escuchar, los silencios cómodos… tantas cosas…


Es realmente complicado encontrar la pieza del puzle que complementa todo aquello que te hace crecer, no aquella que te resta, sino la que te suma cada día. Aquella persona que más allá de ser un amor idealizado e irreal de aquellos de cuentos de princesas, dragones y castillos, es quien te ama sí, pero también quien te soporta en los días malos, quien te limpia las lágrimas cuando el día es demasiado gris para ver el sol, y quizás no consiga que salga, pero intentará entonces encender las luces…

Es realmente complicado encontrar esa persona, pero de nuevo como diría el citado amigo “sucede que sin saber como ni cuando, algo te eriza la piel y te rescata del naufragio”… Y después de muchos barcos hundidos y muchos naufragios, hoy estamos aquí con vosotros… acompañándoos para zarpar en un barco que ambos habéis elegido y del que todos nos sentimos de alguna manera parte de la tripulación.

Sólo puedo desearos que sigáis siendo igual de felices que hasta ahora, os deseo que no olvidéis nunca que no sois el dueño del otro, sois la parte que os complementa para ser uno y a la misma vez dejar que el otro siga siendo él mismo, pero sobre todo jamás olvidéis la razón que os hizo llegar hoy hasta aquí…

Palmira, Carlos… os quiero muchísimo…


PILU... PILUCHI...